Marco Norzagaray*

El nueve de julio de este año un portal colombiano presentó la siguiente noticia “Robot japonesa protagoniza obra de Chejov”.

Un robot completamente antropoforme interpreta uno de los personajes de la obra de Anton Chejov Las tres hermanas, tiene respuesta facial detallada, modulación de voz y se mueve de manera independiente por el escenario.

Los teatreros se han escandalizado, para no ahondar en el detalle de los comentarios solo hablaré de dos generalidades, por un lado todas las variantes de “Chejov se debe de estar revolcando en la tumba” y por otro los que van por la línea de “El día que el teatro se quede sin actores se acabará el mundo”.

Tadeuz Kantor en montajes como La clase muerta,1975 y Wielopole, Wielopole, 1981 ya había metido máquinas a escena y actores que se relacionaban con muñecos como si estos fueran otros actores. Este director polaco proveniente de las disciplinas plásticas generó un teatro que a partir de las imágenes desarrollaba conceptos, signos que detonaban en el espectador reflexiones no solo por lo que se decía (que pocas veces se decía algo) o por la historia que los cuerpos contaran si no por el poder de los objetos desde su materialidad, la inclusión de autómatas y máquinas que hacían una metáfora de la Polonia de posguerra, la misma presencia del director en escena durante las funciones constatando lo inacabado de la obra y un larguísimo etcétera.

Al no conocer el contexto ni los porqués que el creador japonés tuvo para decidir que una de las tres hermanas (por la nota no podemos asegurar cual) sea un robot, no tenemos el cuadro completo, no podemos juzgar artísticamente la decisión. Quizá es un signo poderoso, una interpretación, una metáfora. Pienso en Olga, la hermana mayor de la obra de Chejov, sola, viendo como sus hermanas se debaten entre diferentes pretendientes, aceptando un trabajo que no quiere, un trabajo que la anclará de por vida en un lugar lejos de Moscú, Olga, una mujer que a través de los años se ha hecho dura por dentro. Por supuesto esto es una reflexión a priori, quizá el montaje japonés resulte decepcionante pero eso no es lo que se discute aquí.

La reacción de algunos teatreros es un síntoma de la anquilosada visión del teatro que se tiene en México. Teatreros que viven tapándose el culo, creyendo que alguien va a venir a cogérselos y a quitarles su lugar institucional, un gremio que vive el fracaso del otro como triunfo personal, un medio atiborrado de ignorantes que han leído un par de libros a medias y que en pleno siglo XXI siguen subiéndose al escenario a “sentir”, actores que no saben más que de su diminuto mundo y no son capaces de ir a un museo, de acercarse a la plástica, a la filosofía, a la teoría que se ha desarrollado sobre el arte contemporáneo.

No somos ÉL elemento de la escena, del teatro, somos un engranaje más de un discurso completo, en el mejor de los casos del arte. ¿Alguien puede asegurar que Castellucci no hace teatro? He visto montajes suyos donde durante largos minutos no aparece una sola persona en escena. ¿Esos minutos no son teatro?

Abogo por abrir el criterio por salirnos de nuestro diminuto mundo teatral sostenido, todavía, casi en su totalidad por historias para ser contadas (cosa que no desdeño, al contrario), pero un buen sector de quienes hacen éste teatro (llamémoslo institucional) desechan cualquier tipo de teatralidad que consideren fuera de sus límites de entendimiento, cualquier expresión teatral que se pasa conceptualmente a la casa de al lado, ese teatro lo entrecomillan, lo ponen en duda sin siquiera ocuparse de analizarlo, de tratar de entenderlo. El teatro oficial sigue utilizando el adjetivo contemporáneo como peyorativo, sigue llamando performativo (peyorativamente también) a lo que no entiende. ¿Porqué tanto miedo? ¿Porqué tanta soberbia?

geminoidf

 Foto: google.com

*Actor licenciado por la Casa del Teatro, ha actuado bajo la dirección de Morris Savariego, Mahalat Sánchez, Martín Acosta, Mariana García Franco  y Nora Manneck entre otros.   Participante en talleres y seminarios con Ileana Dieguez, Patricia Cardona, Peter Schuman, Eugenio Barba y la compañía Generik Vapeur.   Director de “Por Favor” y “La pasarela”, ambos textos de Gabriel Soberón; asistente de Mariana García Franco  en “Los Mansos” de Alejandro Tantanian y en  “El concierto deseado” de Franz Xaver Kroetz, asistente de  Alejandro García en “Y para más INRI” obra basada en la estructura del vía crucis.   Ha participado en festivales en Tampico, Querétaro, Zacatecas, Tijuana, Ensenada, Mexicali y la Ciudad de México. Como pedagogo ha sido titular de los talleres de iniciación a la actuación en Casa del Teatro; asistente de Morris Savariego, Tomás Rojas y Mariana García Franco en distintos niveles de la Carrera de actuación en Casa del Teatro; actualmente es titular del taller de actuación para adultos en esta institución.   Pertenece a la compañía Teatro H donde trabaja como actor y creador escénico, con dicha compañía ha participado en “Proyecto Siberia” ganadora de la beca de Coinversión del FONCA 2012 y participante en el Festival de Teatro para El Fin del Mundo en Tampico, Tamaulipas y en el Festival EITAI en la Ciudad de Querétaro.